martes, 14 de julio de 2009

Historias que contar (amigos ante todo).

Hace algún tiempo atrás, tuve la rara (digo "rara" en el sentido de una práctica que no es común en mí) experiencia de salir a divertirme en un bar y discoteca de ambiente llamado Lola Bar.

Fue un fin de semana, viernes por la noche. Kots y yo nos dirigíamos a la casa de mi enamorada Mariana para salir con Ñoña a un bar. Camino al local, nos encontramos con un amigo de Ñoña, desde ahora llamado “el amigo”. En ese entonces, Ñoña tenía un problema de indecisión con respecto a su sexualidad; por eso, nos propuso a todos ir a ese pub. Sus nervios y miedo a que los demás la juzguen eran notorios. Necesitaba de alguien que pudiera simplemente apoyarla en esa transición. Ella quería verificar si en realidad lo que pasaba era lo que andaba meditando; y como buen amigo que soy, intenté apoyarla de la mejor forma.

Al llegar al bar, tuve una sensación extraña. Mi cuerpo se erizó y mi sustento hacia Ñoña, fuerte por fuera, comenzó a disminuir por dentro. No sabía qué hacer y; para colmo, la entrada costaba quince nuevos soles. Para mí era horrible tener que entrar a un lugar en el cual no quería y encima pagando. Quería irme pero superé el inconveniente conversando y recapacitando las cosas. Mi prioridad había cambiado y tenía la etiqueta de “apoyo”. Luego de un raje brutal entre Kots y yo sobre lo que íbamos a hacer, entramos.

La distribución del local era la siguiente: Dos pisos. El primero, repartido en tres espacios (una especie de lounge frente a la barra, una pista para bailar pequeña, y el hall de la entrada); y el segundo, una pequeña barra y una pista de baile chica (los dos en un solo espacio). Cabe señalar que el segundo piso estaba destinado a la gente que tenía como preferencia la música pachanga; mientras que el primero se destinaba para los fanáticos de la música electrónica.

Nos sentamos en el lounge frente a la barra, en un sillón largo donde no podíamos vernos todos las caras. Nuestros cuellos hicieron tanto ejercicio que hasta ahora me duelen los músculos de esa zona. Casi todos, hombres y mujeres, nerviosos por dentro pero aparentando frigidez y manejo por fuera. El único que se encontraba cómodo era “el amigo”, ya que él frecuentaba este tipo de lugares a menudo. Para disimular el nerviosismo, me acerqué a la barra como todo un canchero y no pedí, EXIGÍ con una voz de hombre que me dieran una cerveza. Era mi autodefensa, mi estupidez crecida o como quieran llamarle. Me senté con la birra en la mano y abracé a mi enamorada lo más fuerte que pude. Por otro lado, Kots comenzó a sentirse fuera de lugar, quería irse porque estaba totalmente aburrido y no le gustaba el lugar en cuestión (ya éramos dos). La Ñoña estaba insegura, buscando solucionar su problema entre tantos otros nuestros. Parecía un total desastre la situación. Luego de un rato, noté que Kots ya no aguantaba más, por lo que me paré y le pregunté si quería ir al segundo piso para ver cómo era. Sin duda ni reproche alguno aceptó y subimos las escaleras. Éramos dos pioneros entrando a una zona diferente, extravagante, interesante para algunos. Ya arriba, la decepción volvió. No solamente la música desmotivaba, sino que la gente y en sí, el segundo piso, eran desagradables. Fue el remate de la noche. Bajamos acongojados, afligidos, turbados; totalmente angustiados por el tiempo que faltaba para irnos. Lo único que me mantenía dentro era Ñoña, no podía dejarla sola. Me senté al costado de mio amore e intenté pasarla lo mejor que podía, sin mostrar aburrimiento ni pesadez alguno. Kots, por otro lado, caminó tanto, pero tanto dentro del bar que para mí que se lo aprendió de memoria.

El tiempo transcurría y mi desesperación crecía por dentro, no sabía qué hacer ni cuándo se iba a terminar la tortura. Lo único que esperaba era ese “ya me aburrí, vámonos porque está aburrido” por parte de Ñoña; el cual llegó, felizmente, al poco rato. Había pasado cerca de tres horas y así como un cuerpo rechaza las drogas, el mío pedía a gritos aire. Salimos del lugar y caminando de regreso a nuestras casas, se me acercó la Ñoña y me dijo que no era su onda, que en realidad se había confundido. Yo, como todo buen amigo respondí: “No importa, igual la pasamos chvre”.



1 comentario:

  1. asu nunca pense que irias a uno de esos lugares, la vdd yo nunca he ido pero seguro me sentiria igual q tu "fuera de lugar" jajaja, pero me parecio muy lindo de tu parte ser pata y acompa;ar a tu amiga.

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